OT ha muerto, ¡viva OT!


OT ha muerto, ¡viva OT!

Yo no he podido ni ver la final, me moría de pena. Y no por todos esos modelazos rockeros con corsé de Maya Hansen incluidos, que ya no va a lucir más Pilar Rubio,  no, me muero de pena por todos esos sueños rotos.

Me imagino a esas chicas con esas voces prodigiosas, con esas caras bonitas, metidas en la cama con su pijama de Hello Kitty, llorando a mares. “¿Cómo ha podido pasarme esto a mí? ¡A mí, que la música es mi vida!”

Porque no sé si os habréis fijado, queridos lectores, pero esto es una cosa recurrente en los casting de los talent shows: La música es su vida. O bien el baile es su vida. O lo que sea que se enseñe en el reality.  Todos esos jovencitos con problemas psicológicos sin duda, buscando el reconocimiento con su arte.

Si yo fuese jurado de un casting, lo llevarían crudo: “Así que la música es tu vida, ¿no? ¿Cuántos años de conservatorio dices que has hecho? ¿Ninguno? Ya me parecía. Y llevas tatuada una clave de sol… ¿Te imaginas a un premio Nobel de física tatuándose una ecuación en la muñeca? Háztelo mirar.»

Porque yo creo que la gente sobreactúa, a mí me encanta la ropa y no me tatúo el logotipo de Louis Vutton, ¿qué necesidad?

Esa gente que va al casting con su madre, con su padre, con su abuela. Y por supuesto que la productora se asegura de sacarlos en el video: ¿Cómo ha bailado su hija? Fenomenal, claro. Yo a mi madre también le parezco más guapa y más estilosa que Olivia Palermo. Mi pobre amiga Nati se parte de risa cuando se lo cuento: “Belenchu, ¿tú Olivia Palermo? Pues no te falta a ti Nueva York ni nada.”

Pues las madres de los castings, igual. Y claro, los chavales lloran y suplican al jurado que los coja, dicen que no les van a decepcionar, que lo van a dar todo, el cien, el ciento uno, no, ¡el doscientos por cien! Como mínimo. Y tú coges el mando y dices: Eso ya lo he visto. Y así es.

El precio de la vanidad, decían. Porque al final, eso es lo que terminan pagando los chavales mal asesorados que se presentan a los talent shows. Porque sin duda, debe de ser muy guay que la gente te pare por la calle y te diga lo bien que cantas o bailas, que las niñas lleven tus fotos en sus carpetas. Mucho más que pasarse la vida estudiando música o baile en conservatorios, sufriendo, madrugando. Pasando las horas muertas componiendo canciones, pasarse las semanas ensayando en locales de mala muerte del extrarradio y los fines de semana en furgonetas y pensiones, dando conciertos por todo el país. Eso es de bohemios, de gente con pelo largo y gafas de sol.

¿Cómo ellos, tan monos, tan cool y tan divinos van a hacer eso? Mucho mejor es jugar al karaoke delante de toda España para que admiren tu talento. Así, sí. Pero seamos serios, ya todos sabemos cuántos triunfadores salen de cada edición. Cuántas voces prodigiosas se quedan por el camino.

Yo personalmente, ya estaba un poco harta. Me gustan los realities y me gustaban OT  y Fama porque eran como un Gran Hermano pero con gente más joven y talentosa. Gente que realmente invertía su tiempo en mejorar en algo, pero no dejaba de ser un reality y quería verlos dormir, verlos lavarse los dientes, verlos enrollarse entre sí y hacerse super amigos. Si luego encima bailaban y cantaban bien, para qué queremos más.

Pero ver a una horda de chavales cantando canciones que ni me van ni me vienen con esas voces tan limpias y esas coreografías y ese sentimentalismo exagerado… Como que no. Si no voy a conciertos, ¿por qué iba a querer verlos por la tele?

Además, ahora viene Gran Hermano, el reencuentro a consolarnos por la pérdida, que es otro formato que me parece una genialidad. Lo que nunca me ha gustado es que compitan por parejas, yo pondría a reencontrarse a todos con todos, gente que viene resabiada del concurso, que sabe lo que hay, y me sentaría a esperar lo que realmente mola de los realities: Que la gente fornique. Porque para ver a gente discutiendo ya tenemos De buena ley y ya es lo suficientemente insoportable por sí mismo.

Yo de momento voy a ir a comprar palomitas de cultivo ecológico y helado de chocolate sin azúcar añadido para la noche de la primera gala. Y esta vez me ahorraré los momentos lacrimógenos con la abuelita de turno, porque para El reencuentro, por suerte o por desgracia, no hacen castings.

La inmortalidad no mola tanto


Esta semana me ha dado por los procemientales policiacos y hoy también voy a hablar de uno, pero en este caso de uno que fue cancelado por sus bajas audiencias a pesar de sus posibilidades: New Amsterdam. En 2008 Fox estrenó una serie protagonizada Nikolaj Coster-Waldau basada en las peripecias de un inspector de homicidios que es inmortal.

Esta sinopsis un tanto apresurada puede sonar a marcianada, pero la serie es un clásico procedimental basado en un carismático protagonista. John Amsterdam (el personaje interpretado por Coster Waldau) es un antiguo militar en la época del Far West que durante un asalto a un poblado índigena intenta detener la masacre y es herido por sus compañeros. Cae inconsciente en el campo de batalla y es rescatado por los indios que llaman a los espiritus para salvar a su protector. Este hechizo convierte John en inmortal. Eso sí, los indios que son muy majos, ponen una cláusula: Lo será hasta que encuentre a su amor verdadero. En dicho momento, Amsterdam empezará a envejecer.

No quiero destripar mucho de la historia, que ya lo he hecho bastante, pero el personaje es uno de los mejor construidos de la reciente historia de la televisión americana y la trama romántica, a pesar de ser un clásico o tal vez por ello, funciona a la perfección. En el piloto, Amsterdam persiguiendo a un sospechoso recibe un balazo, para su sorpresa la herida no sólo no se cierra sino que además sufre un infarto. Lo sabe. Su amor verdadero estaba en ese anden de metro donde fue herido.

Primero emprende la búsqueda apoyado en su hijo Omar, que por supuesto es más mayor que él, y una vez encontrada la que cree culpable de su daño y de su felicidad por poder envejecer intenta conquistarla y hacer que la relación funcione a pesar de los 180 años de diferencia de edad que les separa.

Inspiración clásica

New Amsterdam bebe de las narraciones del siglo XIX sobre estos temas, ya sea Drácula o el Retrato de Dorian Grey, la serie no afronta la inmortalidad sino como una maldición en la que año tras año debes superar el ver a tus seres queridos crecer, envejecer y morir mientras él permanece impertérrito. Además, la serie retrata el continuo cambio de profesión y nombre al que el protagonista ha tenido que realizar para sobrevivir y no ser detectado como el freak que es.

Esta inspiración clásica le da a la serie un tono oscuro, nostálgico y romántico (en el sentido más clásico de la palabra) muy lejos de los actuales relatos audiovisuales (Crépusculo y sucedáneos) y que aporta un contrapunto dramático muy interesante.

La serie tuvo un paso fugaz por la temporada media americana (desde febrero a mayo) en la que fue una de las grandes apuestas de FOX, que llegó a poner dos capítulos en la semana de estreno para potenciar dicho producto. Los datos la pusieron en duda desde el principio con menos de diez millones de espectadores desde el piloto. La network la colocó en los difíciles lunes y a pesar de que la pérdida de audiencia no fue alarmante, la serie no cumplió con las expectativas de la cadena.

Terminó en su octavo capítulo con cerca de siete millones de espectadores, pero el pequeño repunte dado en sus últimas emisiones llegó tarde. Aún así los responsables de la serie le dieron un final digno y queda en nuestras serietecas como una miniserie involuntaria que cuenta una historia que podía haber sido muy grande y con una gran importancia. Siempre me preguntaré lo que podía haber sido esta serie de haber contado con el respaldo que otras, como Dollhouse, si tuvieron para dejarla evolucionar o simplemente hubiera funcionado en las audiencias.

La estructura de los episodios se monta alrededor del caso de turno y con grandes dosis de la trama horizontal. Esta historia se basa en dos ejes: Su conquista del amor verdadero y de la mortalidad, amen de los problemas personales propios de tener varias decenas de descendientes y en particular de su hijo Omar, uno de los mejores personajes de la serie, y los flashback donde relatan las vivencias pasadas que han convertido a John en la persona que es.

El principal problema de la serie son los casos autoconclusivos que son bastante anodinos y no están a la altura de la trama horizontal. Si los responsables del proyecto hubieran cuidado más este aspecto podríamos estar hablando de uno de los policíacos más originales de la actualidad… pero como no fue así, siempre nos quedaremos con ¡Lo que pudo ser! Una serie recomendable para darse un pequeño atracón y disfrutar de los terrores de la inmortalidad.

P.D. El título se debe al nombre original de la ciudad de Nueva York, Nueva Amsterdam, de la época en la que el protagonista era mortal.